El ascenso


El ascensor social está roto. Una mujer, una entrevista de trabajo y toda la emoción de una final.
8 de marzo – Día Internacional de la Mujer.

«El ascenso» es una campaña en la que queremos alertar de que el ascensor social está roto y de cómo la desigualdad y la exclusión dejan a más de 4 millones de mujeres y a sus familias en situación crónica de vulnerabilidad.

La desigualdad y exclusión están muy relacionadas con el nivel educativo alcanzado y la calidad del empleo, que siguen siendo los factores determinantes para ascender en la escala socioeconómica. La formación y el fomento de la empleabilidad ayudan a prevenir situaciones de desigualdad y conflictividad, potenciando el ascenso social.

En esta campaña utilizamos el ascensor como metáfora para reflejar las dificultades adicionales a las que se enfrentan las mujeres en riesgo de exclusión en su acceso al empleo. Para ellas el ascensor suele estar averiado y se ven obligadas a subir por las escaleras, haciendo un esfuerzo doble por demostrar su talento.

El compromiso de las empresas es fundamental. Por ello, durante esta semana 83 empresas comprometidas con la misión del #EmpleoParaTodas, estarán apoyando la difusión de la campaña a través de sus diferentes canales de comunicación. ¿Nos ayudas a difundirla?

Empresas comprometidas


Los protagonistas de la campaña


El ascenso es una alegoría de la teoría del ascensor social que viven cada día miles de mujeres en riesgo de exclusión. Llega el día de la entrevista, está nerviosa, no sabe muy bien qué ponerse, no tiene muchas cosas entre las que elegir… “¡el abrigo amarillo!” Es bastante elegante, está algo gastado, pero intentará que no se note. Con su mejor sonrisa y su currículum en la mano, llega al edificio en el que está citada para el proceso de selección. Sabe bien lo que tiene que hacer, sabe lo que vale y quiere demostrarlo a toda costa. 

En la recepción ve al conserje y decide preguntarle. Está animada y le encanta hablar con la gente, ha estado muchos años callada. Seguro que él sabe con seguridad a dónde se tiene que dirigir. El conserje está escuchando la radio y leyendo el periódico, no le presta atención… está distraído, no tiene mala intención piensa ella. “Octava planta señora, ahí tiene el ascensor”, le dice desganado. 

Nuestra mujer en riesgo de exclusión llega al ascensor, apura un poco el paso porque ha visto como un chico y una chica, bien vestidos y más jóvenes que ella, iban hacia el ascensor… “a ver si consigo subir con ellos, si van a la misma entrevista que yo, así les puedo tantear un poco… y si trabajan aquí, pues veo cómo es la gente, ¡venga corre mujer!”, piensa ella. 

Acelera el paso y ve cómo se le cae una nota de la carpeta en la que lleva el currículum, puede ser algo importante, se agacha a recogerlo y ve que es una nota que le ha dejado su hijo para desearle suerte en la entrevista, se le ilumina la cara, piensa: “Voy a conseguirlo por mi hijo”, se levanta y va a llamar al ascensor, porque las personas que iban delante de ella ya están subiendo. 

Mujer

Tienes ante ti a una mujer que lucha por escapar de la exclusión social, podrías ser tu, podría ser tu madre, tu hermana, novia, vecina, es una de las casi 6.482.971 mujeres en riesgo de exclusión que hay en España. Tiene 47 años y un hijo. Una situación de violencia de género le apartó del mercado laboral con un hijo a su cargo y un estado psicológico y emocional muy complicados. ​​

Gracias al apoyo de diferentes entidades y administraciones ha conseguido ir reconstruyendo y normalizado su vida. Uno de los puntos críticos para continuar con este proceso es encontrar un empleo. Ha tenido que empezar desde cero, es una luchadora, una mujer fuerte, pero salir de la exclusión, subir en el ascensor social y esquivar el suelo pegajoso no es tarea sencilla, menos aún para una mujer.

Esta mujer está inspirada en las historias que contamos el año pasado con la campaña Excluida.

Juan Carlos

Juan Carlos tiene 58 años, ha sido un currante toda su vida. Con 16 años empezó a trabajar en el bar de sus padres, en diferentes tiendas de barrio, tiene gran experiencia en atención al público, pero lo mejor es ser conserje. La tranquilidad que te da la portería no tiene precio.

Se casó joven, tuvo 2 hijos a los que ha podido dar una vida cómoda y una educación. Su mujer siempre ha estado en casa para controlar que las cosas se hicieran “como Dios manda”. Han podido viajar, sobre todo a levante porque les encanta la playa. 

Lleva 7 años como conserje de un edificio de oficina. Aunque le gusta su trabajo, ya está cansado y sueña con la jubilación, pasa las horas muertas escuchando la radio y leyendo prensa deportiva.

Pedro y Elena

Pedro tiene 35 años, de buena familia. Nunca fue buen estudiante, le gustaba más la fiesta, pero su padre tiene contactos. Tiene una vida fácil, nunca ha tenido que preocuparse por nadie que no sea él mismo, solamente le mueve el dinero. 

Va de un trabajo a otro con facilidad y sin dejar buen recuerdo. Su padre le ha conseguido la enésima entrevista, le ha dicho que es la última vez que da la cara por él, la próxima vez tendrá que buscarse la vida él solito. 

Elena, 31 años, clase media y familia tradicional. Siente mucha presión por ser la chica de las mejores notas, la más educada y la mejor profesional. Sus padres le han enseñado que las cosas en la vida se consiguen con mucho esfuerzo. Aunque aprecia mucho a sus padres, tiene su propia forma de pensar y no se siente comprendida en casa. 

En su empresa corren rumores de restructuración, no se siente del todo valorada y busca alternativas profesionales que puedan dar un impulso a su carrera, pero tiene la sensación de que su género y su edad son una desventaja competitiva frente a otros candidatos. 

Alberto

Alberto tiene 27 años, viene de una familia monoparental. Su hermano mayor se puso a trabajar siendo bastante joven para poder ayudar a su madre. Él se siente muy afortunado, todo el mundo se ha esforzado para que él pudiera estudiar. Está deseando poder dejar de ser becario y conseguir “un trabajo de verdad”.

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